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Cuando la tierra era niГ±a

Nathaniel Hawthorne

Nathaniel Hawthorne

Cuando la tierra era niГ±a

LA CABEZA DE LA GORGONA

EL PГ“RTICO DE TANGLEWOOD

Bajo el pГіrtico de la quinta llamada Tanglewood, una hermosa maГ±ana de otoГ±o estaba reunido un alegre grupo de chiquillos, y en medio de ellos estaba en pie un joven alto. HabГ­an proyectado una excursiГіn para ir a coger nueces, y estaban esperando con impaciencia a que las nieblas se desvaneciesen en las vertientes de la montaГ±a, y el sol derramase el calor del veranillo de San MartГ­n sobre los campos y las praderas y en los escondrijos de los bosques. El dГ­a prometГ­a ser de los mГЎs agradables que han regocijado nunca este hermoso y alegre mundo; pero la niebla de la maГ±ana llenaba aГєn todo el valle, sobre el cual, en una altura de suave pendiente, se levantaba la quinta.

La masa de vapor blanco se extendГ­a hasta unas cien varas de la casa. EscondГ­a por completo todo lo que hubiera mГЎs lejos, excepto unas cuantas copas de ГЎrboles, rojizas o amarillas, que surgГ­an aquГ­ y allГ­, y estaban glorificadas por el sol madrugador, que tambiГ©n hacГ­a brillar la ancha superficie de la niebla. Cuatro o cinco millas hacia el Sur se levantaba la cima de una montaГ±a elevadГ­sima. Quince millas mГЎs lejos, en la misma direcciГіn, se alzaba otra mucho mГЎs alta, tan azul y etГ©rea, que apenas parecГ­a mГЎs sГіlida que el vaporoso mar de niebla que se extendГ­a sobre ella. Las colinas mГЎs prГіximas, que bordeaban el valle, estaban medio sumergidas y manchadas con pequeГ±as guirnaldas de nubes, hasta en las mismas cimas. En resumen: habГ­a tanta nube y tan poca tierra sГіlida, que todo ello hacГ­a el efecto de una visiГіn.

Los niГ±os antes citados, todos llenos de vida, se escapaban de debajo del pГіrtico y correteaban por la senda enarenada o por la hierba hГєmeda de la pradera. No puedo decir fijamente cuГЎntos eran: no menos de nueve, no mГЎs de una docena, de todas clases, tamaГ±os y edades, muchachos y chiquillas. Eran hermanos, hermanas, primos, juntos con unos cuantos amiguitos que habГ­an sido invitados por el seГ±or y la seГ±ora Pringle para pasar unos cuantos dГ­as de la deliciosa estaciГіn, con sus hijitos, en la casa de campo. No me gusta deciros sus nombres, ni llamarles con nombre ninguno que algГєn niГ±o haya llevado antes que ellos, porque sГ© de cierto que muchos autores se ponen en grandГ­simos compromisos por haber dado a los personajes de sus libros nombres de personas reales y verdaderas. Por esta razГіn quiero llamarles Primavera, Bellorita, Amapola, Romero, Ojos azules, TrГ©bol, Madreselva, Capuchina, Flor de LimГіn, Tomillo, Girasol y Mariposa, aunque, a decir verdad, estos nombres serГ­an mucho mГЎs propios de un grupo de hadas, que de una reuniГіn de niГ±os de este mundo.

No hay que suponer que a estos niГ±os les permitГ­an sus cuidadosos padres y madres, tГ­os, tГ­as o abuelos, andar vagando por bosques y campos sin la guarda de alguna persona mayor y especialmente seria. ВЎDe ningГєn modo! En el primer pГЎrrafo de mi libro recordarГ©is que he hablado de un joven alto, que estaba en pie en medio del grupo. Su nombre (y os dirГ© el verdadero, porque considera grandГ­simo honor haber contado los cuentos que van aquГ­ impresos), su nombre era Eustaquio Bright. Era estudiante y habГ­a alcanzado en aquella Г©poca la respetable edad de diez y ocho aГ±os; de modo que casi se parecГ­a a si mismo abuelo de Bellorita, Romero, Madreselva, Flor de LimГіn, Tomillo y los demГЎs, que eran no mГЎs la mitad o la tercera parte de venerables que Г©l. Una molestia en la vista (como creen necesario tenerla muchos estudiantes de hoy dГ­a, para demostrar su aplicaciГіn) le habГ­a hecho abandonar las clases dos semanas antes de terminar el curso. Pero, por mi parte, pocas veces he visto un par de ojos que tuviesen aspecto de ver mejor o mГЎs de lejos que los de Eustaquio Bright.

El aplicado estudiante era delgado y un poco pГЎlido, como lo son todos los estudiantes yanquis, pero de aspecto muy saludable, y tan ligero y activo como si tuviese alas en los zapatos. Co