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El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III

Manuel FernГЎndez y GonzГЎlez

Manuel FernГЎndez y GonzГЎlez

El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III

TOMO PRIMERO

CAPГЌTULO PRIMERO

DE LO QUE ACONTECIГ“ ГЃ UN SOBRINO POR NO ENCONTRAR ГЃ TIEMPO ГЃ SU TГЌO

A punto que el sol transponГ­a en una nublada y lluviosa tarde de invierno, atravesaba la famosa puente Segoviana, en direcciГіn al ya prГіximo Madrid, un cuartago enorme que llevaba sobre su afilado lomo una silla de monstruosas dimensiones, y sobre la silla, un jinete en cuyo bulto sГіlo se veГ­an un sombrero gacho de color gris, calado hasta las cejas, una capa parda rebozada hasta el sombrero, y dos robustas piernas cubiertas por unas botas de gamuza de su color, ademГЎs del extremo de una larga espada, que asomaba al costado izquierdo bajo la plegadura de la capa.

El caballo llevaba la cabeza baja y las orejas caГ­das, y el jinete encorvado el cuerpo, como replegado en sГ­ mismo, y la ancha ala del sombrero doblegada y empapada por la lluvia que venГ­a de travГ©s impulsada por un fuerte viento Norte.

Afortunadamente para el amor propio del jinete, nadie habГ­a en el puente que pudiera reparar en la extraГ±a catadura de su caballo, ni en su paso lento y trabajoso, ni en su acompasado cojear de la mano derecha: la lluvia y el frГ­o habГ­an alejado los vagos y los pillastres, concurrentes asiduos en otras ocasiones ГЎ los juegos de bolos y ГЎ las palestrillas de la Tela; las lavanderas habГ­an abandonado el rГ­o, que, dejando de ser por un momento el humilde y lloroso Manzanares de ordinario, arrastraba con estruendo las turbias olas de su crecida, y en razГіn ГЎ la soledad, estaban cerradas las puertas de las tabernillas y figones situados ГЎ la entrada y ГЎ la salida del puente.

Nuestro jinete, pues, atravesaba ГЎ salvo, protegido por el temporal, una de las entradas mГЎs concurridas de la corte en otras ocasiones, y decimos ГЎ salvo, porque el aspecto de su caballo hubiera arrancado mГЎs de una y mГЎs de tres desvergonzadas pullas ГЎ la gente non sancta, concurrente cotidiana de aquellos lugares.

Era el tal bicho (no podemos resistir ГЎ la tentaciГіn de describirle), una especie de colosal armazГіn de huesos que se dejaban apreciar y contar bajo una piel raГ­da en partes, encallecida en otras, de color indefinible entre negro y gris, desprovista de cola y de crines, peladas las orejas, torcidas las patas, largo y estrecho el cuerpo, y larguГ­simo y ГЎrido el cuello, ГЎ cuyo extremo se balanceaba una cabeza afilada de figura de martillo, y en la que se descubrГ­a ГЎ tiro de ballesta la expresiГіn dolorosa de la vejez resignada al infortunio.

Representaos seis caГ±as viejas casi de igual longitud, componiendo un pescuezo, un cuerpo y cuatro patas, y tendrГ©is una idea muy aproximada de nuestro bucГ©falo que allГЎ en sus tiempos, veinte aГ±os antes, debiГі ser un excelente bicho, atendidas su descomunal alzada y otras cualidades fisiolГіgicas que ГЎ duras penas podГ­an deducirse por lo que quedaba ГЎ aquella ruina viviente, ГЎ aquella especie de espectro, ГЎ aquella vГ­ctima de la tiranГ­a humana que asГ­ explota la existencia y los elementos productores de los seres ГЎ quienes domina.

DesesperГЎbase el jinete con la lenta marcha de su cabalgadura, con su cojear y con su abatimiento, y de vez en cuando pronunciaba una palabra impaciente, y arrimaba un inhumano espolazo al jaco, que, al sentir la punta, se paraba, se estremecГ­a, lanzaba como protesta un gemido lastimero, y luego, como sacando fuerzas de flaqueza, emprendГ­a una especie de trotecillo, verdadero atrevimiento de la vejez, que duraba algunos pasos, viniendo ГЎ parar en la marcha lenta y difГ­cil de antes, y en el acompasado y marcadГ­simo cojeo.

No sabemos ГЎ quiГ©n debГ­a tenerse mГЎs lГЎstima: si al caballo que llevaba aquel jinete Гі al jinete que era llevado por tal caballo.

El aspecto que presentaba entonces Madrid desde el puente de Segovia, poco mГЎs Гі menos, semejante al que presenta hoy, no era lo